Esta
obra sobre Juan Pablo II no es una biografía convencional, ya que
su objetivo es reflexionar sobre su vida y su obra partiendo de
sus hechos y sus palabras, enfocando su vida a la luz de sus
propios testimonios, con el resultado final de que sus discursos y
escritos constituyen la fuente principal a partir de la que se
extraen los contenidos del libro.
Fue
un hombre de acción, que desplegó una inmensa cantidad de energía
para reconducir el mundo hacia Cristo, proclamando; fue un Papa
mediático, que desarrolló gran parte de su ministerio bajo los
focos de los medios de comunicación; fue un Papa misionero, un
nuevo San Pablo que recorrió los caminos del mundo esparciendo
las semillas del Evangelio; fue un Papa Peregrino, portavoz de los
oprimidos, defensor implacable de los derechos humanos; fue un
nuevo Moisés, que cargó sobre sus hombros la misión de conducir
la Iglesia hacia el tercer milenio; fue un crucificado con Cristo,
que se conformó con el divino modelo a través de una vida de
sufrimiento que le llevó por el camino de la Cruz; y fue un
creyente enamorado de Dios, un hombre oración que pasó muchos
ratos postrado ante el Sagrario, en adoración silenciosa.
«En la historia de la Iglesia, Juan Pablo II quedará como el
Papa del Concilio Vaticano II, que participó en la confección de
sus documentos, que orientó con estas claves todo su pontificado,
y que resolvió la crisis posconciliar.
Además
realizó una obra titánica de visita a la Iglesia universal y de
renovación de la doctrina con sus iniciativas. Con especial
gratitud quedará el recuerdo de las Jornadas Mundiales de la
Juventud, testimonio del futuro. Su sucesor dirá de él: “deja
una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia
que, según su enseñanza y su ejemplo, mira con serenidad al
pasado y no tiene miedo del futuro”.
Y lo
hizo sin perder su talante de hombre sencillo, piadoso, tranquilo
y alegre. Patente a la vista de todos, porque era un Papa que ha
vivido siempre rodeado de público.
Además,
el mundo le debe su contribución a la caída del muro de Berlín,
que no era sólo una frontera-prisión para impedir escapar a
media Europa del mayor y más fallido experimento político de la
historia; sino también una frontera mental que atraviesa el siglo
XX. Fue una inmensa alegría para Juan Pablo II que inició su
pontificado al grito de “abrid las puertas a Cristo”. Y lo pagó
con un intento de asesinato. Pero también luchó por abrir las
fronteras de un capitalismo que sólo valora el dinero; o de un
positivismo cientifista que no puede defender lo que es el amor,
la justicia, la libertad y la persona».
(Juan
Luis Lorda,
Profesor de Teología, Universidad de Navarra)
El
Papa Juan Pablo II ha despertado la conciencia del mundo. Abogado
de los pobres, de los oprimidos y de los desheredados, lucha con
toda su autoridad moral contra la indiferencia y el despotismo, y
en favor del respeto a la dignidad humana. Siempre seguro de sus
certezas, proclama y practica la tolerancia que tiene su fuente y
su raíz en la auténtica libertad del hombre, y no la tolerancia
que parte de la base de que todo es relativo».
«Nosotros,
que estuvimos cerca de él, pudimos aprovecharnos, y por este
motivo damos gracias a Dios, pero también pudieron beneficiarse
cuantos le conocieron desde lejos, pues el amor del Papa Wojtyla
por Cristo se desbordó, por así decirlo, en toda región del
mundo a causa de su fuerza e intensidad. ¿La estima, el respeto y
el afecto que creyentes y no creyentes le expresaron en el momento
de su muerte no son acaso un elocuente testimonio?
El
intenso y fecundo ministerio pastoral, y aún más el calvario de
la agonía y de la muerte serena de nuestro querido Papa dieron a
conocer a los hombres de nuestro tiempo que Jesucristo era
verdaderamente su “todo”.
La
fecundidad de este testimonio, lo sabemos, depende de la Cruz, que
en la vida de Karol Wojtyla no fue sólo un palabra.
Especialmente
con el avance lento, pero implacable, de la enfermedad, que poco a
poco le desnudó de todo, su existencia se hizo una oferta total a
Cristo, anuncio viviente de su pasión, con la esperanza llena de
fe de la resurrección.
Desde
hace mucho tiempo se preparaba para ese último encuentro con Jesús
y, como su divino Maestro, vivió la agonía en oración. Murió
rezando. Verdaderamente se durmió en el Señor.
El
perfume de la fe, de la esperanza y de la caridad del Papa llenó
su casa, llenó la Plaza de San Pedro, llenó la Iglesia y se
propagó a todo el mundo». (Benedicto XVI)
Lo
que sucedió después de su muerte fue, para quien cree, efecto de
ese “perfume” que alcanzó a todos, cercanos y alejados, y les
atrajo hacia un hombre que Dios conformó paulatinamente con su
Cristo.
El
querido Juan Pablo II, desde la casa del Padre --estamos
seguros--
, no deja de acompañar el camino de la Iglesia.
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