EL ARCA DE LA SABIDURÍA

  (Antología de textos con valores para el crecimiento personal)

Laureano J. Benítez Grande-Caballero

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Capítulo 4

La vía del corazón

(El amor)

POEMAS

El poder del amor (EMMET FOX)

 

No existe la dificultad que amor bastante no logre superar,

ni enfermedad que no se cure con amor suficiente.

No hay puerta que no se abra con bastante amor,

ni brecha que un amor suficiente no consiga cerrar,

ni muro que un amor bastante no logre derribar,

ni pecado que un amor suficiente no logre redimir.

 

No importa cuán profundas sean las raíces del problema,

ni cuán desesperadas sean las perspectivas,

ni cuán sucio el conflicto,

ni cuán grande el error:

un amor suficiente lo resuelve todo.

Con tal que sólo puedas amar bastante,

serás el más feliz y poderoso en el mundo entero.

 

La respuesta

 

Cualquiera que sea la pregunta, la respuesta es el amor;

cualquiera que sea el problema, la respuesta es el amor;

cualquiera que sea la enfermedad, la respuesta es el amor;

cualquiera que sea el dolor, la respuesta es el amor;

cualquiera que sea el miedo, la respuesta es el amor.

El amor es siempre la respuesta,

porque el amor es todo lo que existe.

 

A través del amor (JALALUDDIN RUMI)

                       

A través del amor las cosas amargas parecen dulces,

a través del amor los trozos de cobre se convierten en oro.

 

A través del amor los dolores

son como bálsamos curativos,

a través del amor las espinas se vuelven rosas.

 

A través del amor el vinagre se vuelve dulce vino,

a través del amor el reverso de la fortuna

parece buena fortuna.

 

A través del amor una prisión parece

una enramada de rosas,

sin amor un jardín parece un hogar lleno de cenizas.

 

A través del amor el fuego ardiente es agradable luz, a

a través del amor las duras piedras se convierten

en agradable manteca.

 

Sin amor, la blanda cera se convierte en duro acero,

a través del amor la pena es alegría.

 

A través del amor la enfermedad es salud,

a través del amor los muertos resucitan.

 

 

El valor del amor

 

La inteligencia sin amor te hace perverso.
La diplomacia sin amor te hace hipócrita.
El éxito sin amor te hace arrogante.
La riqueza sin amor te hace avaro.
La docilidad sin amor te hace servil.
La pobreza sin amor te hace orgulloso.
La belleza sin amor te hace ridículo.
La verdad sin amor te hace hiriente.  
La autoridad sin amor te hace tirano.
El trabajo sin amor te hace esclavo.
La sencillez sin amor te envilece.
La oración sin amor te hace introvertido.
La ley sin amor te esclaviza.
La política sin amor te hace ególatra.
La fe sin amor te hace fanático.

 

LA VIDA CON AMOR LO ES TODO; SIN AMOR, NO VALE NADA.

 

La solución (ANDRÉ BOGAERT, colaborador de la madre Teresa de Calcuta)

 

Oh, señor, cuando tenga hambre,

ponme junto a alguien que necesite alimento.

Cuando tenga sed,

dame a alguien que necesite bebida.

Cuando tenga frío,

dame a alguien a quien ofrecer calor.

Cuando esté triste,

dame a alguien para que lo consuele.

Cuando mi carga me resulte pesada,

hazme compartir la carga de otro.

Cuando sea pobre,

condúceme a alguien que esté necesitado.

Cuando no tenga tiempo,

dame a alguien a quien pueda echar una mano.

Cuando me sienta humillado,

permíteme tener a alguien a quien alabar.

Cuando esté descorazonado,

envíame a alguien para que lo alegre.

Cuando precise de la comprensión de los demás,

dame a alguien que tenga necesidad de la mía.

Cuando necesite que se cuiden de mí,

envíame a alguien para cuidarme de él.

Cuando esté centrado exclusivamente en mí mismo,

orienta mis pensamientos hacia algún otro.

 

 

El valor de la vida  (EMILY DICKINSON)

 

Si puedo evitar que se rompa un corazón,

no habré vivido en vano;

si puedo aliviar el dolor,

o calmar una pena,

o ayudar a un petirrojo desfallecido

a regresar al nido,

no habré vivido en vano

 

 

El servicio

 

Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.

Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.

Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.

Sé el que aparta la piedra del camino,

 

el que quita el odio entre los corazones

 

y las dificultades del problema.

Hay la alegría de ser sano y la de ser justo.

Pero hay, sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría

 

de SERVIR en el fragor de la lucha.

 

La unidad (WALT WHITMAN)

 

Quien degrada a otro me degrada a mí,

y todo lo que se dice o se hace vuelve al fin a mí.

Encarno a todos los marginados y a todos los que sufren,

brotan de mí muchas voces largo tiempo mudas:

voces de interminables generaciones

de prisioneros y escla­vos,

voces de los enfermos y los desesperados,

voces de los seres despreciados.

 

Me veo en la cárcel con las facciones de otro hombre,

y experimento su dolor sordo y constante;

no pregunto al enfermo cómo se siente: me convierto en él.

Soy el esclavo perseguido, el niño silencioso

de rostro envejecido, el enfermo

que exhala su último suspiro.

Hombre y mujer, quisiera decirte cuánto te amo,

pero no puedo,

y quisiera decirte lo que hay en mí y lo que hay en ti,

pero no puedo,

y quisiera decirte cómo late mi corazón día y noche,

y cuánto sufro, pero no puedo.

 

La entrega (SAN FRANCISCO DE ASÍS)

 

Dios mío, haz de mi vida un instrumento de tu paz:

que allí donde haya odio, ponga amor;

que donde haya discordia, ponga unión;

que donde haya error, ponga la verdad;

que donde haya desesperación, ponga esperanza;

que donde haya tinieblas, ponga luz;

que donde haya tristeza, ponga alegría;

 

Haz, Señor, que no me empeñe tanto en ser consolado

como en consolar,

en ser comprendido como en comprender,

en ser amado como en amar:

porque dando se recibe, olvidando se encuentra,

perdonando se es perdonado

y se encuentra la vida verdadera.

 

La traición (KHALIL GIBRAN)

 

Siete veces he despreciado a mi alma:

La primera vez, cuando la vi desfalleciente y debía llegar a las alturas.

La segunda vez, cuando la vi saltar ante un inválido.

La tercera vez, cuando le dieron a elegir entre lo arduo y lo fácil y escogió lo fácil.

La cuarta vez, cuando cometió una falta y se consoló pensando que los demás también cometen faltas.

La quinta vez, cuando se abstuvo por debilidad y atribuyó su paciencia a la fortaleza.

La sexta vez, cuando despreció un rostro feo, sin saber que tal rostro era una de sus propias máscaras.

Y la séptima vez, cuando entonó un canto de alabanza y lo consideró una virtud.

 

El amor no pasa(1Cor 13)

 

Si hablara todas las lenguas de los hombres y los ángeles

y no tuviese amor,

soy como bronce que resuena o címbalo que retiñe;

y si teniendo el don de profecía

y conociendo todos los misterios y toda la ciencia,

y tanta fe que trasladase los montes,

no tengo amor, no soy nada;

y si repartiese todos mis bienes

y entregase mi cuerpo al fuego,

no teniendo amor, nada me aprovecha.

 

El amor es paciente, el amor es servicial;

no envidia, no se jacta, no es presuntuoso;

no es descortés, no busca lo suyo,

no se irrita, no piensa mal;

no se alegra de la injusticia,

sino que se complace en la verdad;

el amor todo lo perdona,

todo lo cree,  todo lo espera, todo lo tolera.

Todo pasará, menos el amor.

 

El enemigo(Mt 5,44.46; 6,3-4)

 

Amad a vuestros enemigos,

pues si amáis a los que os aman,

¿Qué recompensa tendréis?

Y cuando hagas algún bien,

que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda,

pues si lo haces para ser alabado por los hombres,

ya has tenido tu recompensa.

 

El hogar(RABINDRANATH TAGORE)

 

No se ha puesto el sol todavía y aún no ha empezado la feria que han montado en la ribera. Pensé que había perdido todo mi tiempo y mis monedas; pero no, hermano mío, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo.

He acabado mi negocio. Están hechas las cuentas y regreso a mi hogar. ¿Qué he de pagarte, guardián? Tranquilízate, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo.

Se ha detenido el viento y las nubes oscuras y bajas del crepúsculo no anuncian nada bueno. El agua espera callada el vendaval. Voy a pasar al otro lado del río pues tengo miedo de que caiga la noche. ¿Me pides el dinero del viaje, barquero? Sí, hermano mío, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo.

Un mendigo se ha sentado a la vera del camino debajo de un árbol. Me mira esperando con timidez. Es muy posible que crea que llevo mucho dinero. Sí, hermano mío, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo.

Ya ha caído la noche, y se ha desvanecido el camino desierto. Brillan las luciérnagas en medio de las frondas. ¿Quién me andará siguiendo en silencio, ocultándose si me vuelvo a mirar? ¿Quieres robarme, verdad? Pues no te marcharás con las manos vacías, porque algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo.

Luego, cuando a medianoche llego a mi casa con la bolsa sin nada, tú me estas aguardando a la puerta con un mirar ansioso, insomne y silenciosa; y te echas en mi regazo como un tímido pájaro, llena de amor. Sí, sí, ¡Dios mío! ¡Cuánto me resta aún!: ¡la suerte no me lo ha quitado todo!

 

RELATOS

 

 

 

La última prueba

 

John se levantó del banco, arregló su uniforme, y estudió la multitud de gente que se abría paso hacia la Gran Estación Central, buscando a la chica cuyo corazón él conocía, pero cuya cara nunca había visto: la chica de la rosa.

Su interés por ella había comenzado 13 meses antes, en una biblioteca de Florida. Tomando un libro del estante, se encontró intrigado, no por las palabras del libro, sino por las notas escritas en el margen. La escritura reflejaba un alma pura, de grandes valores y capaz de grandes sacrificios. En la contraportada del libro descubrió el nombre de la dueña anterior, la señorita Hollys Maynell. Con tiempo y esfuerzo localizó su dirección en Nueva York, y después le escribió una carta para presentarse y para invitarla a tener correspondencia.

Al día siguiente John fue enviado en barco para servir en la Segunda Guerra Mundial. Durante un año y un mes, los dos se conocieron a través del correo, y este conocimiento les fue llevando hacia el amor. John le pidió una fotografía, pero ella se negó porque sentía que una relación verdadera no se puede fundamentar en apariencias.

Cuando por fin llegó el día en que él regresaría de Europa, arreglaron su primer encuentro: a las siete de la tarde en la Gran Estación Central de Nueva York. «Me conocerás», dijo ella, «por la rosa roja que llevaré en la solapa».

Así que, a la hora convenida, John estaba en la estación buscándola.

Esto, según el testimonio del mismo John, fue lo que sucedió después: 

 

«Una joven vino hacia mí. Su figura era alta y esbelta; su cabello rubio y rizado se encontraba detrás de sus delicadas orejas; sus ojos eran azules como flores; sus labios y su mentón tenían una gentil firmeza y en su traje verde pálido lucía como la primavera en vida. Yo comencé a caminar hacia ella sin darme cuenta que no llevaba la rosa. Mientras me movía, una pequeña sonrisa curvó sus labios.

“¿Buscas a alguien, marinero?” murmuró la dama. Casi incontrolablemente di un paso hacia ella y entonces vi a Hollys Maynell.  Estaba  parada casi directamente detrás de la chica, con la rosa en la solapa. Una mujer, ya pasada de los 40, con cabello grisáceo y algo gruesa.  

La chica del traje verde se iba rápidamente. Sentí como si me partieran en dos: por un lado sentía un ardiente deseo de seguirla, y a la vez sentía un profundo anhelo por la mujer de corazón puro que por correspondencia me había acompañado y apoyado durante tiempos difíciles. Y ahí estaba ella, con su aspecto amigable y sereno. 

No puedo negar que me sentí de pronto decepcionado. Pero enseguida comprendí que ese sentimiento respondía sólo a la pasión y la fantasía. Contradecía todo lo que, precisamente con la ayuda de Miss Maynell, había descubierto sobre el amor verdadero.  Fue por eso que di el paso y la saludé con auténtico entusiasmo. Es cierto, esto no sería un romance, pero sí algo valioso, algo quizás mejor que el romance: una amistad por la que debía estar siempre agradecido.

“Soy el Teniente John, y usted debe ser la Srta. Maynell... ¿La puedo llevar a cenar?”

“Muchas gracias”, dijo la mujer, “pero usted busca a mi hija: es la joven con el vestido verde que se acaba de ir. Me entregó su rosa y me dijo que, si usted me invitaba a cenar, se la entregase para que usted se la lleve. Le está esperando en el restaurante de enfrente”».

Aquel encuentro ocurrió al fin de la Guerra Mundial, hace más de 50 años.  John y Maynell son ya muy ancianos, pero los años sólo han aumentado aquel amor probado que resultó ser verdadero.

 

La mujer perfecta

 

Un hombre conversaba con sus amigos en una casa de té y les contaba cómo había emprendido un largo viaje para encontrar a la mujer perfecta con quien casarse. Les decía:

¾Viajé a Bagdad, y después de un tiempo encontré a una mujer formidable, atenta, inteligente, culta, de una gran personalidad.

Dijeron sus amigos:

¾¿Por qué no te casaste con ella?

¾No era completa ¾respondió¾. Después fui a El Cairo, y allí conocí a otra mujer ciertamente fabulosa: hermosa, sensible, delicada, cariñosa.

¾¿Por qué no te casaste con ella? ¾dijeron los amigos.

¾Porque no era lo perfecta que yo quería. Entonces me fui a Samarcanda, y allí, por fin, encontré a la mujer de mis sueños: ingeniosa y creativa, hermosa e inteligente, sensible, culta, delicada y espiritual.

¾¿Y por qué no te casaste con ella, entonces? ¾insistieron sus amigos.

¾Pues... ¿saben por qué?: ella también buscaba a un hombre perfecto.

 

La fusión(GABRIEL CELAYA)

 

Cuando éramos jóvenes, cada vez que veía las piernas de mi mujer me sentía loco de pasión y deseo.

Cuando nos llegó la madurez, las piernas de mi mujer me dejaban indiferente muchas veces.

Ahora que somos viejos, si le ocurriera algo a sus piernas es como si le ocurriera a las mías.

 

La memoria

 

Un hombre de cierta edad fue a una clínica para hacerse curar una herida en la mano. Tenía bastante prisa, y mientras se curaba el médico le preguntó qué era eso tan urgente que tenía que hacer. 

El anciano le dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer, que vivía allí. Llevaba algún tiempo en ese lugar y tenía un Alzheimer muy avanzado. Mientras le acababa de vendar la herida, el doctor le preguntó si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana. 

No —respondió—. Ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce.

—Entonces —preguntó el médico—, si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas? 

El anciano sonrió y dijo:

—Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella.

 

El deseo

Un visitante de un manicomio vio cómo uno de los internos se balanceaba en una silla mientras, con aire tierno y satisfe­cho, repetía una y otra vez: «Lulú, Lulú...»

«¿Cuál es el problema de este hombre?», le preguntó al médico que le atendía.

«Lulú. Es el nombre de la mujer que le dio calabazas», respondió el doctor.

Siguieron adelante y llegaron a una celda con las paredes acolchadas, cuyo ocupante no dejaba de golpear su cabeza contra la pared mientras gemía: «Lulú, Lulú...».

«¿También es Lulú el problema de este hombre?», preguntó el visitante.

«Sí», dijo el médico, «éste es el que acabó casándose con Lulú».

 

El cambio

Dos amigas se encuentran en la peluquería y comienzan a hablar. En un momento dado, una de ellas pregunta a la otra:

—¿Qué tal te va con tu marido?

—Bueno..., me abandonó hace unas semanas.

—¿Sí? ¿De verdad? ¿Qué fue lo que pasó?

—Pues... un día me dijo que me estaba poniendo gorda, así que decidí hacer gimnasia para adelgazar y conseguí perder unos kilos. Después, más tarde, me dijo que debería cuidar más mi indumentaria, hacerla más elegante, y entonces renové mi vestua­rio para agradarle. Otro día me comentó que le hubiera gustado que estudiase algo, para poder hablar de más temas, así que decidí estudiar enfermería. Últimamente me dijo que con el pelo largo estaría mejor, y yo me lo dejé crecer.

Hubo entonces un momento de silencio.

—¿Entonces?... —intervino la otra amiga— ¿qué pasó enton­ces? Todo estaba perfecto para él, ¿no?

—Sí..., ese fue el problema, que todo era perfecto para él. Un día me dijo: «Querida, has cambiado tanto que ya no eres la misma persona de la que me enamoré». Entonces, me dejó.

 

La verdadera ciencia

Un padre tenía la costumbre de leer un cuento todas las noches a su hija pequeña.

Un día, decidió grabar los cuentos en una cinta magnetofónica, y enseñó a su hija a usar el aparato. Durante unos días, el experimento funcionó, pero, una noche, la niña fue a su padre, le dio el libro de cuentos, y le pidió que le leyera uno.

¾Pero... si sabes usar el magnetófono ¾protestó suavemente el padre.

¾Sí, papá ¾replicó la niña¾, pero no puedo sentarme en sus rodillas.

 

Cicatrices de amor

 

En un día caluroso de verano en el sur de Florida un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró en el agua y nadaba feliz. No se daba cuenta de que un caimán se le acercaba.

Su madre, que miraba por la ventana desde la casa, vio con horror lo que sucedía. Enseguida corrió hacia su hijo, gritándole lo más fuerte que podía. Oyéndole, el niño se alarmó y viró nadando hacia su madre. Pero fue demasiado tarde. Desde el muelle la madre agarró al niño por sus brazos, justo cuando el caimán le agarraba sus piernas. La mujer empezó a tirar con toda la fuerza de su corazón. El animal era más fuerte, pero la madre era mucho más apasionada y su amor no la abandonaba.

Un señor que escuchó los gritos se apresuró hacia el lugar con una pistola y mató al caimán.

El niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron bastante, aun pudo llegar a caminar. Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó si le quería enseñar las cicatrices de sus pies. El niño levantó la colcha y se las mostró. Pero entonces, con gran orgullo, se remangó y, señalando hacia las cicatrices en sus brazos, le dijo: «Pero las cicatrices que usted debe ver son éstas» ¾eran las marcas de las uñas de su madre, que habían presionado con fuerza para salvarle¾. «Las tengo porque mi mamá no me soltó y me salvó la vida». 

 

Para el otro... ¡lo mejor!

     Era un matrimonio pobre. Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su marido. Todo el que pasaba se quedaba prendado de la belleza de su cabello negro, largo como hebras brillantes salidos de su rueca. Él iba cada día al mercado con algunas frutas. A la sombra de un árbol se sentaba a esperar, sujetando entre los dientes su pipa vacía. No llegaba el dinero para comprar un pellizco de tabaco.

Se acercaba el día del aniversario de su boda y ella no cesaba de preguntarse qué podría regalarle a su marido. Y, además, ¿con qué dinero? Una idea cruzó su mente. Sintió un escalofrío al pensarlo, pero, al decidirse, todo su cuerpo se estremeció de gozo: vendería su pelo para comprarle tabaco.

Ya imaginaba a su hombre en la plaza, sentado ante sus frutas, dando largas bocanadas a su pipa: aromas de incienso y jazmín darían al dueño del puestecillo la solemnidad y prestigio de un verdadero comerciante.

Sólo obtuvo por su pelo unas cuantas monedas, pero eligió con cuidado el más fino estuche de tabaco. El perfume de las hojas arrugadas compensaba largamente el sacrificio de su pelo.

Al llegar la tarde, regresó el marido. Venía cantando por el camino. Traía en su mano un pequeño envoltorio: eran unos peines para su mujer; que acababa de comprar tras vender su vieja pipa...

Abrazados, rieron hasta el amanecer.

 
El juicio (Mt 25,31-40)

Cuando venga el hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará sobre el trono de su gloria. Todos los pueblos serán llevados a su presencia; y él separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquier­da.

Entonces el rey dirá a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a estar conmigo».

Entonces los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos emigrante y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?». Y el rey les dirá: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».  

 

El hermano

     En las montañas del Perú, un misionero se encontró con una niña india que, a pesar de su corta edad, llevaba a su hermano pequeño en brazos, montaña arriba. Admirado, el misionero le preguntó:

¾¿No te cansas?

¾No, señor ¾replicó la niña¾: ¡es mi hermano!

 

Extraño o hermano

Un maestro le preguntó a sus discípulos:

¾¿Cómo sabemos que la noche ha llegado a su fin y el día amanece?

¾Porque podemos distinguir una oveja de un perro ¾dijo uno de los discípulos.

¾No, no es la respuesta ¾dijo el maestro.

¾Porque ¾dijo otro discípulo¾ podemos distinguir una higuera de un olivo.

¾No, tampoco es la respuesta ¾dijo el maestro.

¾Entonces, ¿cómo lo sabemos?

¾Cuando miramos un rostro desconocido, un extraño, y vemos que es nuestro hermano: en ese momento ha amanecido.

 

 

Caridad amenazada (PAULO COELHO)

 

Un tiempo atrás, mi mujer ayudó a un turista suizo en la zona de Ipanema, que decía haber sido víctima de ladronzuelos. Hablando un pésimo portugués con acento extranjero, afirmó estar sin pasaporte, dinero ni lugar para dormir.

Mi mujer le pagó un almuerzo y le dio el dinero necesario para que pudiera pasar la noche en un hotel hasta ponerse en contacto con su embajada, y se fue. Días después, un diario de la ciudad informaba que el tal “turista suizo” era en realidad un sinvergüenza muy creativo, que fingía acento extranjero y abusaba de la buena fe de las personas. Al leer la noticia, mi mujer se limitó a comentar: «Eso no me impedirá seguir ayudando a quien pueda».

 

El buen samaritano

Una noche de gran tormenta, pasadas las 11 de la noche, una señora mayor de raza negra estaba parada al lado de la carretera en el estado de Alabama. Estaba empapada por la lluvia. Se le había dañado el coche y necesitaba ayuda desesperadamente. Un joven blanco paró para ayudarla, algo que generalmente no ocurría en aquellos años —la década de los sesenta del siglo pasado— debido a los conflictos raciales. El joven la llevó a un lugar más seguro, la ayudó a recibir asistencia, y le llamó un taxi. Ella parecía estar en un apuro muy grande, pero escribió su dirección y le dio las gracias.

Pasaron siete días. Una mañana, alguien tocó en la puerta del joven. Ante su sorpresa, le entregaron un televisor de color de consola. Llevaba pegada una nota que decía: «Muchas gracias por su asistencia en la carretera la otra noche. La lluvia no sólo empapó mi ropa, sino también mi espíritu. Entonces llegó usted. Gracias a su ayuda pude llegar al lado de mi esposo moribundo, justamente antes de que muriera. Que Dios lo bendiga por ayudarme y servir sin egoísmo a otros. Sinceramente, Sra. Nat King Cole» (esposa del famoso cantante).

 

 

El pozo

 

Un hombre cayó en un pozo, y no podía salir.

Una persona subjetiva pasó y le dijo: “Lamento que estés allí abajo”.

Una persona objetiva pasó y le dijo: “Era lógico que alguien se iba a caer en ese pozo”.

Un fariseo pasó y le dijo: “Sólo las personas malas caen en pozos”.

Un matemático calculó cuán profundo era el pozo.

Un periodista quería la historia exclusiva sobre la caída en el pozo.

Un inspector de Hacienda quiso saber si estaba pagando impuestos por el pozo.

Un vendedor dijo: “No has visto nada si no has visto mi pozo”.

Un predicador de plagas y castigos dijo: “Te mereces el pozo”.

Un científico observó: “El pozo está en tu mente”.

Un psicólogo dijo: “Tu padre y tu madre son los culpables de que estés en el pozo”.

Un optimista dijo: “Las cosas podrían ser peores”.

Un pesimista dijo: “Las cosas se pondrán peores”.

 

Un hombre compasivo no dijo nada, y le sacó del pozo.

 

El país de las maravillas

Dos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno se le permitía sentarse en su cama cada tarde, durante una hora, para ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única ventana de la habitación. El otro hombre tenia que estar todo el tiempo boca arriba. Los dos charlaban durante horas.

Hablaban de sus mujeres y sus familias, sus hogares, sus trabajos, su estancia en el servicio militar, dónde habían estado de vacaciones... Y cada tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde la ventana.

El hombre de la otra cama empezó a desear que llegaran esas horas, en que su mundo se ensanchaba y cobraba vida con todas las actividades y colores del mundo exterior. La ventana daba a un parque con un precioso lago. Patos y cisnes jugaban en el agua, mientras los niños lo hacían con sus cometas. Los jóvenes enamorados paseaban de la mano, entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia una bella vista de la línea de la ciudad.

El hombre de la ventana describía todo esto con un detalle exquisito, mientras el del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la idílica escena.

Pasaron días y semanas. Una mañana, la enfermera de día entró con el agua para bañarles, encontrándose el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había muerto plácidamente mientras dormía. Llena de pesar, llamó a los ayudantes del hospital, para que se llevaran el cuerpo. Tan pronto como lo consideró apropiado, el otro hombre pidió ser trasladado a la cama al lado de la ventana.

La enfermera le cambió encantada y, tras asegurarse de que estaba cómodo, salió de la habitación. Lentamente, y con dificultad, el hombre se irguió sobre el codo, para lanzar su primera mirada al mundo exterior: por fin tendría la alegría de verlo él mismo. Se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana al lado de la cama... y se encontró con una pared blanca.

El hombre preguntó a la enfermera qué podría haber motivado a su compañero muerto para describir cosas tan maravillosas a través de la ventana.

La enfermera le dijo que el hombre era ciego y que no habría podido ver ni la pared, y le indicó: «Quizás sólo quería animarle a usted».

 

El Paraíso

Hace algún tiempo, en un monasterio vivía un monje cuya vida transcurría entre la oración y el trabajo. El poco tiempo que le quedaba, lo invertía en ir a un hospital cercano, donde atendía y cuidaba de la gente necesitada que recalaba allí: ancianos, niños abandonados, enfermos... Había entrado muy joven en el monasterio, y en esa vida agotadora de oración, trabajo y servicio fueron pasando los años.

Un día, recibió la visita de un ángel de luz, que le dijo:

—Vengo a decirte, de parte de Dios, que tus días se han acabado. Vente conmigo al paraíso: tu labor en este mundo se ha cumplido.

Sin dejar de hacer sus faenas cotidianas, el monje replicó:

—No quiero parecer descortés, pero, ¿no podrías venir en otro momento? Todavía no he acabado de hacer la cena y, además, mañana tengo que atender a mucha gente en el hospital.

El ángel asintió, y se marchó. Pasó algún tiempo. El monje iba envejeciendo pero, a pesar de su cada vez más menguadas fuerzas, seguía con su vida de siempre. Un atardecer, volvió a recibir la visita del ángel, y el monje volvió a excusarse, diciéndole que todavía no podía acompañarle, pues tenía muchas cosas que hacer.

Las visitas se repitieron algunas veces más, pero el monje siempre daba evasivas, y seguía con sus tareas. Hasta que un día el monje se sintió muy viejo y muy cansado, y comprendió que, aunque quisiera, ya no podría seguir haciendo su vida de siempre. Por eso, cuando volvió a recibir la visita del ángel de la muerte, no se resistió, y le pidió que, ahora sí, le llevara por fin al paraíso, para poder descansar. Al oír su petición, el ángel le contestó:

—¿Que quieres ir ahora al paraíso? ¿Dónde te crees que has estado durante todos estos años?

 

Un ladrón en el cielo

Érase un ladrón que ya era muy viejo y no podía hacer su trabajo, de manera que se moría de hambre. Un hombre rico lo supo y mandó que le llevaran comida.

Sucedió que los dos murieron al mismo tiempo en un gran desastre natural. Cuando llegaron a la corte celestial, el hombre rico fue juzgado y condenado por numerosas faltas, de manera que se le mandó al purgatorio. Pero al llegar allí apareció un ángel diciendo que la sentencia había sido revisada, y se le mandó directamente al cielo. El ladrón a quien había ayudado había robado la lista de sus pecados.

 

La ayuda

 

Cierto día, caminando por la playa observé a un hombre que, agachándose, tomaba de la arena una estrella de mar y la tiraba al mar. Intrigado, le pregunté por qué lo hacía.

¾Estoy lanzando estas estrellas marinas nuevamente al océano ¾me dijo¾. Como ves, la marea está baja y se han quedado en la orilla. Si no las arrojo al mar, morirán.

¾Entiendo ¾le dije¾, pero debe haber miles de estrellas de mar sobre la playa. No puedes lanzarlas a todas. Son demasiadas. Y quizás no te des cuenta de que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa. ¡No tiene sentido tu esfuerzo!

El hombre sonrió, se inclinó, tomó una estrella marina y, mientras la lanzaba de vuelta al mar, me respondió:

¾¡Para ésta sí lo tuvo!

 

 

Dando la vida

 

Una niña llamada Liz sufría de una enfermedad rara y seria. Su única oportunidad de recuperación era una transfusión de sangre de su hermanito de 5 años, quien se había salvado milagrosamente de esa misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.

      El médico le explicó la situación al hermanito, y le preguntó que si estaba dispuesto a darle sangre a su hermana. Lo vi vacilar un momento antes de respirar fuertemente y decirle, «Sí, lo haré si eso ayuda a salvarla».

      Mientras progresaba la transfusión, se acostó al lado de su hermana y sonrió viendo cómo el color regresaba a sus mejillas. Entonces, el niño se puso pálido y su sonrisa desapareció. Miró al doctor y preguntó con una voz temblorosa: «Doctor, ¿moriré enseguida?»

El niño había malentendido al médico: pensó que le tendría que dar toda su sangre a su hermana para salvarla y que entonces él moriría. 

 

La declaración

Un hijo le decía a su madre moribunda: «Has sido la mejor madre del mundo».

La moribunda volvió hacia él sus apagados ojos y repuso: «¿Por qué no me lo dijiste antes de ahora, hijo?»

 

La solidaridad (RABINDRANATH TAGORE)

Upagupta, el discípulo de Buda, estaba durmiendo en el suelo junto a la muralla de la ciudad de Mathura. Todas las lámparas estaban apagadas, todas las puertas cerradas, y el cielo sombrío de agosto ocultaba todas las estrellas.

¿Qué pies eran aquellos cuyas ajorcas tintineaban agitando su pecho de repente?

Se despertó sobresaltado y la luz de la lámpara de una mujer iluminó sus ojos indulgentes: era la bailarina, estrella de joyas nubladas por un manto azul pálido, embriagada del vino de la juventud.

Bajó la lámpara y vio el rostro joven y austeramente hermoso de Upagupta.

«Perdóname, joven asceta —dijo la mujer—, hazme la gracia de venirte a mi casa. El sucio suelo no es lecho para ti».

Upagupta respondió: «Mujer, tú sigue tu camino; que ya iré yo a buscarte cuando llegue la hora».

De repente, un relámpago hizo que la noche enseñara sus dientes. Gruñó la tempestad desde un rincón del cielo, y la mujer tembló de miedo.

Las ramas de los árboles que bordeaban el camino estaban doloridas por el peso de tanta flor. De lo lejos llegaban flotando en el aire cálido de la primavera las notas alegres de la flauta. Todo el gentío se había ido a los bosques, a celebrar la fiesta de las flores. Desde lo alto del cielo, la luna llena observaba las sombras del pueblo silencioso.

Upagupta paseaba por la calle solitaria, mientras por encima de él los cucos enamorados lanzaban desde las ramas del mango su queja desvelada. Atravesó las puertas de la ciudad y se detuvo en la base del terraplén.

¿Quién era aquella mujer tendida a sus pies a la sombra de la muralla, abatida por la peste negra, con el cuerpo cubierto de llagas, que habían arrojado a toda prisa de la ciudad?

El asceta se sentó a su lado, colocó en sus rodillas su cabeza, humedeció con agua sus labios y untó de bálsamo su cuerpo.

«¿Quién eres, que así te compadeces?», preguntó la mujer.

«Ha llegado por fin la hora en que debía visitarte, y aquí me tienes a tu lado», le contestó el joven asceta.

 

SENTENCIAS

 

Ø      Probablemente lo que hagamos solamente sea una gota en el océano. Pero, si no lo hacemos, al océano le faltaría nuestra gota. (MADRE TERESA DE CALCUTA)

Ø      Le dije al almendro:

«Hermano, háblame del amor»

...Y el almendro floreció.

Ø      Amar es querer tanto al otro y contar también con su amor tan total, que los dos tengamos la certeza de que nuestro amor continuará pase lo que pase y ocurra lo que ocurra, aunque lo que ocurra sea un fallo de cualquiera de los dos.

Ø      Quien salva una sola vida es como si hubiera salvado todo el mundo; quien destruye una sola vida es como si hubiera destruido a todo el mundo. (TALMUD)

Ø      El amor es la fuerza más humilde, pero la más poderosa de que dispone el mundo. (GANDHI)

Ø      Así como una madre protege y vigila hasta con su vida a su único hijo, así, con un pensamiento ilimitado, hay que sentir amor y compasión por todos los seres vivientes, amar al mundo en su totalidad, sin limitación alguna, con bondad benevolente e infinita. Esta es la suprema manera de vivir. (BUDA)

Ø      Allí donde hay un gran amor, allí ocurren siempre grandes milagros. (MADRE TERESA DE CALCUTA)

Ø      La medida del amor es amar sin medida. (SAN AGUSTÍN)

Ø      Mi vida forma un todo indisoluble: un mismo vínculo es el que enlaza todas mis acciones. Todas ellas tienen su fuente en un amor inextinguible a la humanidad. Mi alma rechazará todo descanso mientras asista impotente a un solo sufrimiento o a una sola injusticia. (GANDHI)

Ø      Al final del camino me dirán: «¿Has vivido? ¿Has amado?»

Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres. (PEDRO CASALDÁLIGA)

Ø      A la hora de la muerte no seremos juzgados según el número de obras de mérito que hayamos realizado, ni por el número de diplomas que hayamos cosechado a lo largo de nuestra vida: seremos juzgados por el amor que hemos puesto en nuestras obras y gestos. (MADRE TERESA DE CALCUTA)

Ø      Amad y haced lo que queráis, porque quien posee el amor todo lo posee. (SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE)

Ø      Un día, en el desierto, creí ver un animal. Al aproximarme, vi que era un hombre. Al aproximarme más, vi que era mi hermano. (PROVERBIO AFRICANO)

Ø      Pero, ¿dónde comienza el amor?: en casa. No podemos dar lo que no tenemos.

Debemos amar a los que tenemos más cerca, en nuestra propia familia. De allí el amor se expande hacia quienquiera que nos necesite.

Debemos tratar de descubrir a los pobres de nuestro propio entorno, porque sólo si los conocemos podemos comprenderlos y ofrecerles nuestro amor.

Y sólo cuando los amamos, nos sentimos dispuestos a ofrecerles nuestro servicio de amor. (MADRE TERESA DE CALCUTA)

 

Ø      Dormí y soñé que la vida era alegría; desperté y vi que la vida era servicio; serví y descubrí que en el servicio se encuentra la alegría. (RABINDRANATH TAGORE)

 

Ø      Haz siempre buenas acciones. Sirve, ama, da. Haz felices a otros. Disfruta sirviendo a otros. Así cosecharás felicidad. Te verás rodeado de circunstancias y oportunidades favorables. Quien difunda felicidad obtendrá siempre circunstancias favorables que le produzcan a él mismo felicidad. Un carácter malo puede transformarse en uno bueno, manteniendo pensamientos buenos. Y las circunstancias desfavorables pueden cambiarse en circunstancias favorables realizando acciones buenas. (SWAMI SIVANANDA)

 

Ø      Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y  buenos, y llover sobre justos e injustos. (Mt 5,44-45)

 

Ø      Amar significa colocar la propia felicidad en la felicidad de los otros. (PIERRE TEILHARD DE CHARDIN)

Ø      Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite. (DOCTOR JEKILL)

Ø      Amar es querer a la otra persona tal como la ha pensado Dios. (FEDOR DOSTOIEVSKY)

Ø      ¿Cuáles son las barreras que el amor no consigue derribar? (GANDHI)

Ø      Dios nos ha dado un solo camino para la vida, y es el amor; un único camino para la felicidad, y es el amor; y un solo camino de perfección, y es también el amor. (HIGINIO UGO TARCHETTTI)

Ø      El amor lo transforma todo, hasta los actos más vulgares... Por vulgares que sean, por fáciles, por humildes, hechos por amor, son actos sobrenaturales. (P. BERNADOT)

Ø      Existe más hambre de amor y aprecio en este mundo que de pan. (MADRE TERESA DE CALCUTA)

Ø      Los seres humanos sufren por falta de amor. (ERICH FROMM)

 

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