Historias del Padre Pío

Relatos, anécdotas y testimonios del santo de los estigmas

Laureano Benítez Grande-Caballero

Editorial San Pablo, 2018

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Charismata

 

Una terapia infalible

En 1927, un sacerdote trinitario llamado Padre Pío ―en honor del Santo, que le había ayudado a descubrir su vocación religiosa― escribió en una carta que atribuía la fecundidad de su ministerio a la intercesión del Padre Pío.

En la carta decía: «Cuando estoy junto a la cama de un moribundo, de una persona que necesita ser convertida, o de un enfermo que necesita ser salvado, voy en espíritu a la pequeña iglesia blanca en la ladera de la montaña, me arrodillo a los pies del humilde fraile capuchino, y él es quien convierte al pecador moribundo, es él quien cura al enfermo».

Una visión poco recomendable

El Padre Alberto D'Apolito era un estudiante en la universidad seráfica en l92l, y solía contar cómo el Padre Pío prometía a los estudiantes que ya no oirían ruidos infernales durante la noche.

Uno de los estudiantes le dijo: «Padre Pío, no tengo miedo del diablo: mándemelo a mí y luchare con él». El Padre Pío contestó: «¡No sabes lo que estás diciendo! Si vieras al Diablo te morirías del susto».

 

La gloria de Dios

El padre Antonio Durante de Monterosso, un fraile capuchino, tuvo la oportunidad de observar cómo el Padre Pío leía sus pensamientos en una ocasión.

Un día, mientras caminaba con el Santo frente al convento, se dio cuenta de que el Padre era objeto de mucho afecto y devoción del pueblo. Al ver esto, Durante se dijo a sí mismo: «¿Cómo puede éste hombre resistirse a la tentación de la vanidad y de sentirse satisfecho de sí mismo?».

Acababa de terminar de decirse esto, cuando el Santo se volvió hacia él, sonrió y suavemente le dijo: «¡Mira cuánta gloria se le está dando a Dios!».

 

Un gato con muchas vidas

Estaban jugando a la petanca en el monasterio. El Padre Pío tenía su forma característica de jugar a causa de los estigmas, pero era el jugador más valorado. A veces, como una travesura infantil, hacía trampas con el pie.

En cierta ocasión, su primer hijo espiritual, Emanuele Brunatto, vio cómo se acercaba un gato a toda velocidad en la trayectoria de la bola que el Padre Pío acababa de lanzar. En el mismo instante en el que el animal iba a ser golpeado, la bola se detuvo en el aire, y luego cayó a su lado.

 

La conversión de un país

Un antiguo pastor anglicano, convertido en sacerdote católico, citaba el caso de uno de sus compañeros protestantes, un hombre muy piadoso, que en ocasiones había conseguido curaciones que se consideraban milagrosas.

―¿Por qué no?  ―replicó el Padre Pío―. Dios alivia, con milagro o sin él, las miserias de aquellos de sus hijos, católicos o no, que le imploran con fe… Lo que es privilegio exclusivo de la Iglesia católica es el milagro que prueba y da testimonio de una verdad de fe.

Y, tras haber dicho que entre los protestantes ingleses se encontraban «al menos tantas almas delicadas y puras como entre nosotros», el Padre Pío concluyó:

―Además, Inglaterra se convertirá: no en masa, sino individualmente.

 

Un copiloto sin viaje

El padre Eusebio Notte desempeñó durante cinco años el cargo de asistente personal del Padre Pío. Tenía una personalidad atractiva y un gran sentido del humor, que utilizaba para animar al Santo y provocarle una sonrisa cuando estaba enfermo o agobiado. Siempre parecía tener las palabras exactas que decirle, lo cual maravillaba a los otros capuchinos del convento.

Por las noches, cuando el padre Eusebio ayudaba al Padre Pío a acostarse, a veces bromeaba con él, diciéndole: «Buen viaje». Con estas palabras, hacía chanza sobre las frecuentes bilocaciones que el Padre Pío realizaba durante la noche.

En cierta ocasión, mientras el padre Eusebio deseaba las buenas noches al Santo, le dijo: «Me gustaría que me llevaras contigo esta noche. Déjame fijar mi cinturón al tuyo, y así volaremos juntos».

El Padre Pío, siguiendo la broma a su asistente, replicó: «Pero, ¿y si el cinturón se afloja cuando estamos en el aire?» Ante aquella advertencia, el padre Eusebio dijo: «Bueno, tal vez sea mejor que me quede en el monasterio esta noche».

 

Un salto al hiperespacio

En cierta ocasión, el padre Carmelo, que era el superior en aquel entonces de San Giovanni Rotondo, estaba hablando en el comedor del monasterio con algunos frailes acerca de las maravillas de los viajes aéreos. «¿Sabéis que un vuelo sin escalas de Roma a Nueva York se hace en menos de 12 horas?», explicaba el Superior. Aquello maravilló a todos los capuchinos presentes... menos a uno, ya que el Padre Pío no estaba impresionado en absoluto. «¡Eso es mucho tiempo!», remarcó el Santo. «Yo tardo un segundo cuando viajo», añadió.

 

Sin permiso de Dios

En 1931, el padre Agostino presidió la ceremonia de una profesión religiosa en el convento carmelita de Florencia. Una de las monjas del convento le dijo al padre Agostino que el Padre Pío se le había aparecido en bilocación.

Un día, el padre Agostino, que era muy cercano al Padre Pío, decidió preguntarle al respecto: «¿Haces a veces algunos viajes a Florencia?». «Sí, a veces los hago», respondió.

Aquella monja carmelita de Florencia también le había dicho al padre Agostino que rogara al Padre Pío que hiciera una visita a otra de las hermanas del convento, llamada sor Beniamina.

«No, no pudo visitarla», contestó el Padre Pío. «No tengo permiso de Dios».

Cuando el padre Agostino preguntó al Padre Pío si le había dicho eso a la monja, el Santo asintió.

 

Un breviario muy bien custodiado

Rosina Pannullo era familiar del párroco de Pietrelcina, Padre Salvatore Pannullo. Rosina había oído que el Padre Pío poseía notables poderes de intuición, y quiso comprobar por sí misma si era cierto.

Un día, le dijo al Santo que iba a ir a su habitación para coger uno de sus objetos personales. Ante aquella advertencia, el Padre Pío respondió de inmediato: «Nunca serás capaz de coger cualquier cosa que me pertenezca. Un ángel de la guarda está permanentemente en la puerta de mi celda, y no te dejará entrar».

Más tarde, comentando la intención de Rosina con el Padre Pannullo, le dijo que «Rosina no me dijo lo que pensaba tomar de mi habitación, pero sé que iba a intentar llevarse mi breviario».

Cuando el Padre Pannullo interrogó a Rosina al respecto, admitió que era verdad. Después de hablar con el Padre Pío, decidió no llevar a cabo su plan.

 

Golpe a golpe

Un devoto contaba la siguiente historia:

«¿Y qué decir de los  golpes sobre la cabeza? Esa vez, antes partir de San Giovanni Rotondo, deseé una señal  particular de predilección. Su bendición no fue suficiente, ya que deseaba dos paternales caricias sobre la cabeza. Tengo que subrayar que él nunca me hizo carecer de  lo que yo, como un niño, quise recibir de él.

Una mañana había muchas personas en la Sacristía de la iglesia pequeña, por lo cual el  Padre Vincenzo exhortó en voz alta, con su usual severidad, diciendo: “¡No empujen... no aprieten las manos del Padre... váyanse para atrás!” Yo me desalenté y pensé: “Partiré, y esta vez no tendré los golpes sobre la cabeza”. 

No quise presentarme en la sacristía, y rogué a mi Ángel de la guarda que fuera mi mensajero y le dijera al Padre Pío estas palabras: “Padre, yo parto, deseo la bendición y los dos golpes sobre la cabeza, como siempre. Uno por mí y otro por mi mujer”.

De repente, el Padre Pío empezó a caminar. Sentí una gran ansiedad. Le miré tristemente. Y he aquí que se me acercó,  me sonrió y, una vez más, me dio dos palmaditas sobre la cabeza, haciéndome también el honor de extenderme su mano, la cual pude besar».

 

Con este signo vencerás

Un renombrado aristócrata ruso, convertido por el Padre Pío, intentó varias veces ser recibido en alguna congregación religiosa, pero no lo logró por causa de su edad. Desde San Giovanni, el Padre Pío lo animaba a que perseverase, e incidentalmente le advirtió que la orden en la que entraría le iba a ser revelada por una aparición.

Un día que asistía a la bendición en una iglesia romana, en el momento mismo en que el sacerdote elevaba la custodia, vio de pronto, en el centro de la Hostia y dentro de una gran luz, un emblema que él no conocía.

Después de largas búsquedas, descubrió que ese emblema era el de los Trinitarios, y éstos le aceptaron en su orden, como el Padre Pío se lo había pronosticado.

 

Un perfecto americano

El hermano Bill Martin ayudó al Padre Pío en el convento durante algunos años. En cierta ocasión, manifestó que un día oyó al Padre Pío decirle con un perfecto acento americano: «Oye, ¿te importaría cerrar esa ventana?».

 

Una Madre en el altar

En una ocasión se le preguntó si la Santísima Virgen María estaba presente durante la Santa Misa, a lo cual él respondió: «Sí, ella se pone a un lado, pero yo la puedo ver, qué alegría. Ella está siempre presente. ¿Cómo podría ser que la Madre de Jesús, presente en el Calvario al pie de la cruz, que ofreció a su Hijo como víctima por la salvación de nuestras almas, no esté presente en el calvario místico del altar?».